sábado, 9 de febrero de 2008

LIBERTAD DE PENSAMIENTO

A mediados del 2007, la compiladora de un futuro libro en lengua inglesa sobre bibliotecología me pidió que escribiese un capítulo de la obra, cuya temática general se centrará en "la igualdad de acceso a la información en el mundo". Viviendo y trabajando en un país (y un continente, y, podría decir, un mundo "real") en el cual dicha igualdad es rara de hallar, escribí un texto -con mucha menos pasión de la que merecía, por cierto- en el cual analizaba cuál podría/debería ser la posición social de los bibliotecarios sobre el tema, en especial en contextos de poblaciones desfavorecidas (con casos concretos de comunidades indígenas y rurales, tema sobre el que tengo mayor experiencia directa).
No me sorprendí cuando recibí una revisión inicial en la cual se eliminaba todo el lenguaje "políticamente incorrecto". Reconocí que, de acuerdo a los estándares norteamericanos, quizás mi lenguaje había sido "demasiado" apasionado e idealista (aunque, de acuerdo a mis estándares personales, aquello era muy tibio, y, tras la revisión, quedaba más tibio aún). Siguió una segunda revisión, en la cual se eliminaron más cosas (y aquello quedaba frío-frío). Y cuál no sería mi sorpresa cuando, en estos días, recibo la última revisión (lista para ser publicada, si yo la apruebo, algo que no pienso hacer) en la cual no sólo se eliminan los últimos rezagos de críticas al sistema y al establishment, sino que se adapta mi texto en una forma tan hábil que "dónde dije digo digo diego": aquello que yo criticaba ahora es alabado.
Y yo creía que había visto casi todo en esta vida. Inocente de mí. Estos problemas suelen sobrevenir cuando uno dice lo que piensa. Y equivalen a la muerte (o a la ejecución) del pensamiento propio. De las más de 40 propuestas que pongo anualmente a consideración para participar en congresos internacionales, el 70 % es rechazado
(abiertamente, sin eufemismos) por su ideología. De la treintena de artículos que, en el mismo periodo de tiempo, pongo a consideración de comités de arbitraje en publicaciones periódicas profesionales, muchísimos son rechazados o re-enviados para corrección por su ideología. Algunas publicaciones españolas me han deparado grandes
sorpresas: "esto no es bibliotecología" me respondió personalmente un árbitro cuando le envié un artículo sobre gestión de tradición oral en bibliotecas. Evitaré repetir las palabras que recibí cuando envié un texto sobre bibliotecología y anarquismo...
Todo esto equivale a más ejecuciones, más muerte del pensamiento crítico propio, el cual, seamos honestos, tarda mucho en florecer. Construirlo cuesta mucho.
En el dictado de muchas conferencias, talleres, cursos y clases invitadas, me ha ocurrido algo similar. Una ligera "censura" se desliza, delicadamente, de los labios de los organizadores. En 2004, los coordinadores de un evento en Argentina me amonestaron (con sonrisas y mucha amabilidad, eso sí) por haber lanzado algunos (respetuosos) comentarios críticos contra la Iglesia dentro de una universidad católica... No voy a generalizar: no todas las organizaciones, revistas y editores son así (afortunadamente para mí) pero, en líneas generales, el pensamiento independiente es mirado con inquietud o desconfianza y, cuando se puede, es negado (repito: con sonrisas y mucha amabilidad... a veces).
Las listas de distribución de correo han demostrado ser campeonas de la censura, como tal vez recuerden muchos co-listeros, que han presenciado como quien les escribe y otros tantos miembros de nuestra comunidad profesional hemos sido silenciados cuando hemos alzado nuestra voz (con mayor o menor vehemencia) contra acontecimientos, decisiones, movimientos y políticas "dominantes". Ni que decir tiene que la pertenencia a ciertos círculos profesionales (asociaciones, grupos de investigación, cuadros docentes, etc.) también depende fuertemente de lo que uno piense y diga (o no). No creo que se trate de decir todo el tiempo lo que a uno le venga en gana. Nadie tiene la verdad en el bolsillo, ni siquiera los que nos damos permiso para pensar críticamente en lo que hacemos y en lo que decimos. Tampoco es cuestión de andar por la vida disparando a diestro y siniestro, agrediendo, atacando, criticando sin criterio lo que no nos gusta: el mejor consejo para esos casos es empezar por casa, mirarnos al espejo y criticarnos a nosotros mismos. Seguro que encontraremos material de sobra. Pero creo que es muy necesario tener posibilidades y espacios de discusión libres, en donde podamos decir todas nuestras palabras sin miedo a ser masacrados, y donde se nos ofrezca la posibilidad de crecer y aprender a través del debate con otros que piensen distinto.
Creo, con tristeza, que esos espacios son escasos. Piénsenlo honestamente: ¿cuántos de nosotros podemos exponer lo que pensamos, compartirlo, debatirlo? ¿Cuántas palabras se nos quedan en la garganta por miedo, por inseguridad, por no considerarlo oportuno...? ¿Cuántas opiniones no debatimos...? ¿Cuántas decisiones "aceptamos" porque no hay forma, medios oc anales para refutarlas, debatirlas, rebatirlas?
En ese pensamiento acrítico nos educan en nuestras escuelas: pocas incluyen cursos o materias relacionados con ética de la información, pensamiento crítico, derechos humanos o corrientes alternativas. Nos forman para ser técnicos, individuos neutrales que se dediquen a manejar libros, pero que jamás mediten sobre lo que hacen (pues parece que "pensar es peligroso"). Nos forman para que seamos
apolíticos, amorfos, sin compromisos de ningún tipo... Hay pocas oportunidades de obtener mayor información sobre temas relacionados con nuestra sociedad, nuestro medio, nuestra comunidad: generalmente, los que están más involucrados con dichas áreas son aquellos que buscan información y práctica "por fuera" de los espacios
profesionales. Me alegra ver que, de vez en cuando, en estos medios virtuales o en
otros muchos, los debates estallan, se desarrollan, crecen... Me alegra saber que las/los colegas, aunque no siempre las digan, tienen sus palabras y sus ideas bien fundamentadas. Me alegra mucho ver el florecimiento de sitios, revistas y weblogs independientes... Sin embargo, me entristece ver que no haya más espacios en dónde esas palabras sean dichas, escritas, habladas, compartidas, debatidas, intercambiadas.
Porque, si no somos libres nosotros... ¿cómo vamos a defender ideales tan básicos (y vitales) como la libertad de acceso a la información o el derecho a la libre expresión?
Piénsenlo. De todos depende que podamos segur volando sin que nos mojen las alas. Y de nuestro vuelo depende el de nuestros usuarios, pues con nuestra labor abrimos (o deberíamos abrir) muchas puertas, mentales y de las otras. Es buen momento (siempre lo es...) para pedir mejores espacios de debate, clases, cursos y publicaciones... o
para mejorar los que ya tenemos. Sin miedo. Podemos perder mucho. Doy fe de ello. En el intento, podemos morir como profesionales. Pero, digo yo... ¿qué cosa más importante podemos perder que la libertad de ser uno mismo? Comencemos, pues, por
defender eso, tan valioso... Mil disculpas por la longitud del mensaje, y gracias, como siempre, por estar de ese lado. Nos leemos...

Lic. Edgardo Civallero
Bibliotecólogo
Universidad Nacional de Córdoba
Córdoba - Argentina

FUENTE: www.bitacoradeunbibliotecario.blogspot.com

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